Hoy maté a un hombre,
porque lo merecía, en realidad no se su nombre, ni que hacía, pero de seguro
era un hombre de familia, de seguro tenía hijos, una linda esposa, una casa
grande, pagaba sus cuentas, en fin, una persona detestable.
En un principio, no
sabía si lo que hice estuvo bien o no, pero después comprendí que era lo debía
hacer, pues sin conocerlo, ese hombre era mi peor enemigo, el cáncer de este
planeta, era el destino mofándose de mí, poniendo ,en frente mío, aquel reflejo
que yo no quería proyectar. En él, podía ver todas las miradas que he recibido
en mi vida, miradas que buscan escudriñar en mi interior, miradas que
sentencian, mientras vaticinan un futuro que parece incuestionable en sus
pobres mentes.
Debo decir que en
principio no fue fácil, es decir, aun había parte de él en mi interior, me carcomía por dentro, y me
atestaba de dudas, de límites, y de pensamientos y sentimientos repugnantes. No
lo soportaba, ya no podía lidiar con él, su sola existencia contamina todo lo
que soy, todo lo que deseo ser, y revive todo lo que he dejado en el olvido,
resurgiendo de las cenizas y quemándome por dentro.
No, no maté a un
hombre, solo me zafé de los grilletes que me han atado por tanto tiempo, solo
encontré la llave de la jaula en la que he estado recluido sin motivo y sin
alternativa, busqué en lo más profundo de mi ser lo que me había sido
arrebatado y luche por ello, luche con valentía contra lo que me retenía y me
mantenía unido a este mundo que tanto odio. Mi único pecado fue buscar la libertad,
no mate a un hombre, me mate a mí mismo, para poder vivir.
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